lunes, 2 de febrero de 2009

Diario: Munich

7 de julio de 1889
Visito a la señorita Herzog junior (…) Su hermana asume de inmediato el papel protagonista y se pone a contarme anécdotas del mundillo del teatro. Comenta la incompetencia de los directores, la inmoralidad de sus compañeras y no sé cuántos chismorreos más. En este momento me parece que tiene más madera de gobernanta que de actriz; no pronuncia las consonantes, arrastra las vocales y no tiene siquiera una voz potente. Además, no es ni de lejos guapa, ni siquiera fea, su tipo deja mucho que desear y se mueve sin la menor gracia. Ha llegado a ser actriz únicamente gracias a un alto concepto de sí misma y al hecho de que su hermana cante. (…) De pronto, la señorita Herzog junior me pregunta si conozco al señor Goethe. Tras recuperarme del susto, le respondo: “No personalmente, y usted, seguramente lo habrá leído” “No, todavía no he leído nada de él”.

8 de julio 1889
La casera me pregunta si me he enterado de lo del accidente ferroviario. El tren que viene de Berlín, el mismo en el que yo mismo llegué hace tres días, ha descarrilado esta mañana a la altura de Schleissheim con sus dos locomotoras. Experimento un extraño placer al escuchar la noticia. Parece que la estación está plagada de cadáveres de señoras.

9 julio 1889
Las camareras del café Luitpod reciben un sueldo de tres marcos mensuales. Por lo demás, dependen de las propinas de los clientes y tienen que descontar de sus ingresos la paga de la aguadora. Trabajan desde las ocho de la mañana hasta las dos y media de la madrugada.
De regreso a casa me siento tan dichoso que empiezo a reírme sin parar.

17 julio 1889
Antes de comer me doy un paseo por la Neue Pinakothek, gustándome sobre todo Maria von Bonveret y El juego de las olas de Böcklin. Los cuadros de Piloty me dejan frío. Intento en vano encontrar en la Ifigenia de Feuerbach aquella magia que logró imprimir en su Banquete y que tanto impresionó.

19 julio 1889

Por la mañana en la Neue Pinakothek. Por la tarde, en el Englischer Garten, hablo con una chica joven, modestamente vestida, que se sienta en mi banco. Lee una antología de un tal Edelweiss y hace ganchillo al mismo tiempo. Está aprendiendo una poesía de memoria para recitarla en sociedad. (…) Ella misma me da la impresión de ser una cristiana convencida. Tiene que hacer verdaderos esfuerzos para no caer en la tentación de subir a un escenario. Hace algunos años tuvo la oportunidad de hacerlo, pero varias personas se lo desaconsejaron. Y es que si no se tiene unas facultades verdaderamente extraordinarias, no merece la pena ni intentarlo.

20 julio 1889
No es de extrañar que, muerto de hambre como estoy, no me repugne el trato con esta araña que es Muncker. Una araña venenosa, además.(…) Prefiero mil veces al doctor Güttler antes que a este bebé venenoso, esta cría de hiena de Muncker. De vuelta a casa, cometo la tontería de defender apasionadamente el derecho a la formación universitaria de las mujeres ante el estudiante Geise. Y efectivamente, el tema suscita toda clase de comentarios estúpidos, como era de esperar.

21 julio 1889
El St. Peter es ahora un tugurio con todas las de la ley. Lo mejor de él es una putilla encantadora rodeada de estudiantes, una comedianta consumada, orgullosa, cariñosa, inaccesible, engatusadora. Jamás había visto una personificación tan espiritualizada del vicio. Delante de mí se sienta un hombre de unos treinta años, pulcramente vestido, de pelo ralo, que languidece ante la sin duda bellísima camarera con una expresión tan desvalida, de una entrega tan absoluta que me da pena. Da la impresión de ser un hombre vacío, un hombre que de pronto se ha convertido, con toda su vacuidad, en una víctima. Tras la representación me dirijo al Hofbräu, donde entablo conversación con unos suizos. De regreso hacia casa me asalta la tentación de pegarme un tiro.

22 julio 1889
Me siento en un banco de un bosquecillo cercano, donde caigo en una especie de estado hipnótico. Cuando consigo despejarme, añado algunas cosas a una obrita en la que estoy trabajando y emprendo el camino de vuelta hacia la ciudad. (…)
Últimamente sueño noche tras noche con mi padre. Si pienso en él durante el día, siento una aflicción tan grande que se me pone un nudo en la garganta. Pasado mañana es mi cumpleaños y es la primera vez que tal acontecimiento me alegra al pensar que tal vez reciba noticias de casa.

24 julio 1889
Me he comprado la comedia sobre el amor de Ibsen. Seguramente provocará algunos cambios en mis planes de trabajo.

27 julio 1889
El trabajo avanza con una lentitud desesperante, y eso me pone melancólico. Ante cualquier interrupción me asalta un terrible abatimiento al no poder alejar el recuerdo de mi padre y de lo que le he hecho. A veces pienso también en Donald y confío en que la providencia me permita ayudarle, que pueda formarse bajo mi tutela. Anoche tuve un sueño siniestro en el que aparecía mi casa bajo un aspecto desolador. Se había convertido en una especie de cabaret en el que Donald y mi madre eran los protagonistas. Yo me sentaba entre los espectadores. A menudo me pregunto si se puede considerar lo que hago como un auténtico trabajo. Esta duda me asalta sobre todo los domingos, cuando veo a todo el mundo sin hacer nada, cosa que a mí me resulta imposible. Mi trabajo no es realmente un trabajo cuando avanza con esta lentitud de tortuga. Permanezco ocioso la mayor parte del tiempo que me dedico a él; en realidad, estoy ocioso la mayor parte del día. Y es que el trabajo es algo que se multiplica por sí mismo.(…)
Terminamos hablando de política (…) y entonces noto que no puedo comportarme con la misma indiferencia de antes. La conclusión es que voy a seguir el principio del doctor Güttler de no hablar nunca de política.

31 julio 1889
Por la noche en el HBK con Pariser y el doctor Xaver Hamburg. La conversación gira en torno a la cuestión de si es posible constatar en la historia de la humanidad un progreso ético o no.

1 agosto 1889
Mi vida está tan vacía ahora, nunca hubiera podido imaginar que pudiera ser así. Y, sin embargo, es cierto que la mayor parte de mis años de estudiante transcurrieron de la misma forma –una pérdida de tiempo que sólo podría expiarse abandonando la partida-. Al llegar aquí el pasado invierno me veía como un mendigo, un ermitaño, y si me comparto con lo que soy ahora resulta que era un creso. ¡¿Qué son todos esos doctos hombre, estos asesores, catedráticos y tutores, al lado de dos días como los del entierro del tío Wilhelm?! Desde fuera parecen pozos de sabiduría insondables que albergan Dios sabe qué remotos tesoros. Pero al entrar en su mundo, se encuentra uno de pronto en el baratillo más miserable de la tierra, en un almacén de antigüedades, en una ropavejería donde no es posible hallar ni una sola piedra viva, todo lleno de despojos, de bagatelas que se han ido acumulando, cambachaleando, mendigando y robando de los archivos, de los tesoros y talleres de la historia. ¡Y encima tiene uno que avergonzarse de no ser también un saladero!

5 agosto 1889
(…) Pariser nos cuenta que trabajó durante mucho tiempo con Wörner y que cada uno comentaba la obra del otro. Había escenas enteras que acababan en la estufa. Eso no vale nada, hay que rehacerlo entero para mañana. Yo me muestro partidario de la publicación. Quemar algo no equivale a destruirlo. El espíritu de los ejecutados siempre sobrevive, como sucede con los herejes muertos en la hoguera, y el juicio sobre lo que se ha incinerado adquiere un tinte optimista con el tiempo. Imprimir algo es la única forma válida de destrucción. Y, además, no le cuesta a uno nada, en todo caso el nombre, y siempre es mejor tener mala reputación que no tener ninguna.

8 agosto 1889
Ayer por la noche, en la cama, estuve pensando en una anécdota de Krafft-Ebing: la de la cocotte parisina con el bulldog. Me lo imagino del siguiente modo: la chica entra en escena andando con las manos y sosteniendo el dinero que le dan con los pies. Luego se deja desnudar por unos monos, siendo lo fundamental en ese momento su absoluta pasividad. Entonces llegan tres o cuatro dogos a los que previamente han espoleado y maltratado. La chica vive y duerme con una perra por aquello del efluvio espiritual. Me paso toda la tarde dibujando a la chica. Mientras me dirijo al HBK, identifico a la muchacha con mi propia hija, únicamente por el detalle que se refiere a andar con las manos, que es algo que pienso enseñarles cuanto antes a todos mis hijos. Es una pena que lo de pedir dinero no concuerde con el papel de padre. Es una pena que siempre haya una barrera, que todo acabe derivando hacia lo sexual, sería tan hermoso que todo esto se pudiera hacer con la mayor seriedad, con dignidad y amor.
Paseo por la isla de Isar bajo la brillante luz de la luna. Pienso que, si quisiera castigar a mi hijo, le ataría las rodillas y lo abandonaría así durante cuatro horas. Estas ideas se suceden a intervalos periódicos como si fueran mareas. Todo el asunto tiene el carácter de una crecida.

9 agosto 1889
La crecida continúa. Me despierto pensando en la disciplina que aplicaré a mi hijo. Al fin y al cabo, si es sólo un día podrá aguantarlo. Con cuánta ternura lo compensaré después por ello. Mi hijita deberá aprender a hacer el pino a la perfección. (…) Y luego no sólo tendrá que andar sobre el suelo sino que tendrá que aprender a subir y a bajar por una escalera e incluso sobre la mesa, entre los cacharros. Su hermana aprenderá a bailar sobre la cuerda floja.(…) Tengo miedo de acabar volviéndome loco. Resulta extraño cómo me ha asaltado esta maraña de ideas y me ha sacado de mis casillas. La soledad en la que estoy sumido ha debido tener parte en ellos. Me encuentro tan desvalido con respecto a mi trabajo… (…)
Ayer vi el Höllriegelsgreut de Diefenbach, un cuadro realmente importante. Por la noche le di una paliza al gato [el gato de su casera, que apestaba].

10 agosto 1889
Antes de la comida me doy cuenta de que no sé si es viernes o sábado. He perdido toda referencia. Trabajo en el Firmament. Hacia mediodía me ocupa el pensamiento de que cuando mi hija cumpla dieciocho o diecinueve años, para impedir que contraiga clorosis o algo parecido, tendré que proponerle que se lleve a su cuarto a algún criado. Por supuesto, también le proporcionaré preservativos.

12 agosto 1889
(…) delante de mí se alza una iglesia neogótica. Entro, encantado de haber conocido un lugar tranquilo. (…) llega un joven que toma asiento en la nave opuesta y que permanece absolutamente inmóvil durante todo el tiempo en que permanezco en ella. Su devoción también parece ser muy reciente. Al menos eso es lo que se deduce de la forma en que se ha arrellanado en el banco. Tengo la sospecha de que ha elegido este apartado lugar en la casa de Dios para que nadie lo moleste en sus reflexiones y para masturbarse.

14 agosto 1889
[En un entierro] (…) Se trata del hijo ilegítimo de la hija de un panadero y propietario, que ha fallecido a los quince días de su nacimiento, si bien después de haver recibido el bautismo cristiano y, por tanto, en estado de inocencia. Asisto al acto a una cierta distancia, esforzándome por juzgar con imparcialidad la ceremonia. El sacerdote recita una serie de plegarias, deteniéndose de cuando en cuando para echar una pala de tierra sobre el ataúd, para rociarlo con agua bendita, o impregnar el hoyo con incienso. Cuando se aleja, los congregados echan algunas coronas blancas y cada uno de ellos lanza un puñado de tierra. Da la impresión de que están salando las blancas coronas. Un chiquillo de unos cinco años y rasgos idiotas de escrofuloso es conducido por su madre hasta la fosa para que arroje su corona. Lo hace con tanta torpeza que de pronto su genital asoma por la bragueta. Probablemente es un tío del finado. La mujer que lo acompaña no deja de llorar. Su marido, seguramente el maestro panadero y propietario, que lleva una chaqueta negra y sombrero de copa, sonríe, ya completamente sereno, una vez que le ha dado la espalda a la tumba.

17 agosto 1889
(…) a la noche me paso por el Italia, donde me divierte especialmente un baile de negros. Mis vecinos consideran que el número es indecente porque la chica, una joven increíblemente hermosa y extraña, salta durante los descansos de tal manera que enseña, por debajo de la faldita, unas piernecillas embutidas en medias de malla. En eso consiste el gusto alemán. Son capaces de celebrar las mayores groserías, pero en cuanto aparece algo mínimamente refinado, un miedo febril se apodera del público. Echan de menos la emoción.

27 agosto 1889
La señorita Herzog II habla como si tuviera la boca llena de papilla. Además, habla continuamente y me da la impresión de que es tonta. No comprendo qué es lo que la hizo dedicarse al teatro.

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